
Los taxistas suelen tener miles de historias para contar, ya sea porque se las compartan sus mismos pasajeros o porque se encuentran con personas inusuales.
Hablar con un taxista puede resultar en una experiencia interesante, debido a que en la mayoría de sus viajes se limitan a observar las conductas humanas.
Un taxista de Nueva York se dirigía a recoger a su último pasajero. Se le había dado una dirección previa para llegar allí y posteriormente llevar a la persona a su destino. Sin embargo, al llegar a la dirección de salida, tocó el claxon para anunciar su llegada sin que obtuviera respuesta alguna.
A pesar de que se estaba desesperando, esperó un poco hasta que decidió bajar a tocar el timbre directamente, al cual respondió una voz mencionando que solo tardaría un momento.
Al cabo de unos instantes, se abrió una puerta en donde esperaba una mujer de aproximadamente 90 años cargando una pequeña maleta.
Al interior del lugar solo se veían muebles cubiertos con sábanas, sin cuadros, relojes, ni ningún otro indicio que mostrara que ahí hubiera vivido alguien durante años, pues en el rincón incluso se encontraba una pequeña caja llena de fotos y algunos papeles.
El taxista llevó la maleta de la mujer a la cajuela del taxi, y posteriormente regresó por ella para conducirla al auto y ayudarle a ingresar. Mientras ella le agradecía por sus atenciones, él le mencionaba que intentaba tratar a todos sus clientes como si fueran su propia madre, cuidándose siempre de ser amable y educado.
Una vez en el vehículo, ella le dio la dirección adonde se dirigían, y le pidió que tomara la ruta que transitaba por el centro de la ciudad, a pesar de que no era la más corta. El taxista mencionó que esa era una gran desviación, a lo que ella contestó que no tenía prisa, pues se dirigía a un hospicio.
Mucha gente sabe que los hospicios son los lugares donde la gente se dirige a pasar los últimos días de su vida.
Notando su turbación, la mujer le mencionó que no dejaba familia detrás que la hubiera obligado a ir, así como tampoco tenía familiares que pudieran ver por ella, y que su doctor le había notificado que le quedaba poco tiempo de vida.
En ese momento, el taxista apagó su taxímetro y le preguntó qué ruta desearía que tomara.
Simplemente condujo alrededor de la ciudad, dejando que la mujer le mostrara algunos lugares donde había pasado momentos felices de su vida. Desde el hotel donde había laborado como recepcionista, hasta la casa donde había vivido con su fallecido esposo, e incluso un estudio de danza adonde había asistido cuando era joven.
En algunas calles le pedía al taxista que condujera más lento mientras ella miraba fijamente por la ventana sin decirle nada. Condujeron durante bastante tiempo, hasta que ella finalmente le dijo que se encontraba cansada y que estaba lista para ir a la dirección establecida.
El hospicio era un lugar pequeño, pero al llegar y estacionar en la entrada, dos enfermeras se dirigieron hacia ellos para ayudar a la mujer a sentarse en una silla de ruedas y tomar su maleta.
La mujer preguntó al taxista cuánto sería por el viaje, pero éste argumentó que iría por cuenta de la casa. Cuando ella se mostró preocupada porque se trataba del trabajo que le daba dinero para vivir, el taxista mencionó que ya habría otros pasajeros, al tiempo en que la abrazaba fuertemente y le deseaba lo mejor.
Los ojos de ella se llenaron de lágrimas mientras le agradecía que hubiera hecho feliz a una mujer en sus últimos pasos.
Aunque ya había comenzado su siguiente turno, el taxista no sentía ánimos de trabajar o de hablar con nadie más.
Condujo un poco por la ciudad ensimismado en sus pensamientos, mientras reflexionaba qué hubiera pasado si se hubiera ido después de tocar el claxon y no recibir respuesta, o si simplemente hubiera llevado a la mujer a su destino sin preguntarle más por su vida.
Muchas veces, los momentos llenos de aprendizaje llegan cuando uno decide ir sin prisa, atento a todo lo que ocurra a nuestro alrededor, simplemente observando con atención lo que la vida nos ponga enfrente.